Y de pronto desperté..., claro era ver, mundo hermoso, el sueño evanescente de la locura. La sonrisa ingenua del que esconde en su bolsillo arena creyendo que es polvo de estrellas y juega con las sombras del crepúsculo creyendo ver seres de otros universos jugando con las olas del tiempo; sin apenas creerse mortal, como el resto de los humanos. ¡Oh!, demasiado humano son nuestros sueños, que envolvemos en celofán para marcarlos con las etiquetas del viento y la libertad, del amor y la belleza... justificando así la huida hacia Dionisos. Sin duda, mucho tiempo debimos estar solos… Mucho tiempo encadenados a la caverna de los "señores" , abrazando sombras de otras entelequias hambrientas de locura. Pero aún era pronto para ver el error y aunque desperté, habiendo perdido un millar de soles huidos por las rendijas del deseo sin saberlo, bajo los pliegues de la aurora de "rosáceos dedos", sólo buscaba compañía, y apenas encontraba trocitos de almas rotas arremolinadas por el viento de la tristeza que no podía componer.. Cuántos días naufragué sobre los desiertos del alma buscándote cuando sólo eras un esqueleto sin forma humana, balbuceando no sé qué sonidos de un paraíso abandonado. Segura de que te nombrarían heredera por derecho divino de mi esperanza, del trono de los humillados y ofendidos… Toda lucha fue vana... Desde la atalaya de los huérfanos y miserables, vi la muerte del héroe. Una legión de vampiros sanguinarios cayeron sobre él, paralizando sus músculos de brazos y piernas bajo la espectral niebla del Camposanto. Y allí quedó su armadura de justicia y virtud. "El honor había muerto" aunque todos hablaban de un horrendo crimen cometido por las mafiosas brigadas de Belcebú, el príncipe de los demonios que todos respetaban.... ya nada era igual. “el héroe había muerto”. El macabro asesinato ocupaba sólo un segundo de noticia en la CNN. Un dato insípido, aséptico y plano de una estadística estéril del Estado. El héroe había muerto. Solo, sobre la atalaya lloraba su muerte.
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